domingo, 20 de abril de 2014

Tiempo y aire.

En la casa de la señora Flora, los enigmas eran parte fundamental de su estructura.

Para el pueblo, era un orgullo tener como vecina a una mujer tan extraordinaria y reconocida universalmente.

Flora era como una niña grande. Para ella, la magia era su juego favorito y era dueña y señora de los secretos más ocultos. Y el pueblo, y el mundo entero, participaban de las propuestas mágicas que surgían de aquella casa, enclavada en una sencilla aldea entre montañas.

Larga es la historia de las hazañas de doña Flora. Nadie sabe de dónde vino, hacía ya 60 años, cuando compró el viejo caserón del señor Ortega, el eminente pintor ya fallecido.

El pueblo no conocía nada de sus orígenes. Se limitaba a esperar con qué maravilla nueva les sorprendería su vecina más especial.

Un día, doña Flora llegó a cambiar el color del cielo súbitamente de azul a rojo, en un sólo segundo, chasqueando los dedos.

Ahora bien, el suceso más importante que recuerdo es el de la pirámide de madera que un día apareció en su jardín.

De la altura de dos hombres, era totalmente lisa salvo por una cerradura de bronce a la altura lógica.

Doña Flora reunió a los vecinos alrededor del artefacto y explicó: “Esta pirámide perteneció a un monarca chino del siglo XIV, aficionado también a los juegos como yo”.

“Según se dice -relató-, en su interior esta el objeto más querido de una persona normal. Para abrirla, bastaría con intentarlo con la llave de la casa de esa persona”.

Doña Flora no explicó por qué este pueblo era el adecuado para buscar, ni porqué en estos días.

“O sucede en los próximos quince días o la pirámide seguirá su largo viaje por otras tierras”.

Todos los vecinos probaron suerte, pero nada.

Desanimados después de varios intentos, los vecinos decidieron rendirse. Faltaban dos días.

De pronto, un día apareció un joven caminante en la posada.

- Buscaba habitación… - dijo.

- Claro, señor, - respondió la dueña.

Lógicamente, preguntó por el extraño objeto del jardín de doña Flora. La dueña del hotel le contó todo.

El joven, intrigado, les informó de que él era nieto de Ortega, el pintor. Venía a ver la casa que habitó su abuelo. Una fuerza extraña había tirado desde el centro matemático de su pecho y le había llevado hasta aquel lugar.

- Me gustaría conocer a esa doña Flora. Quizá me aclare algún punto de esta historia.

Se encaminó a la casa y en la puerta le esperaba la mismísima doña Flora. Carlos le contó todas sus peripecias que confluían en la llegada a este pueblo. Doña Flora le escuchó sonriendo con atención.

- Sabía que vendrías, muchacho –le dijo.

- Ha probado usted su llave, supongo…

- Por supuesto – le respondio ella-, pero creo que deberías hacerlo tú ahora.

- ¿Con la suya?-

- Quizá la propia casa tenga algo que decir sobre los que le han crecido en su jardín – rió ella.

Le entregó la llave de su casa y Carlos la introdujo en la cerradura. Boquiabierto, contempló cómo la puerta de la pirámide se abría con un siseo de áspid.

- Dios mío, es imposible. Pero si tiene varios siglos… -dijo Carlos.

- El tiempo es sólo aire si la magia así lo desea –sentenció doña Flora.

Una vez dentro, comprobaron que lo único que había era una mesa muy sencilla, con una foto enmarcada en el centro.

La sorpresa fue mayúscula: en la foto aparecía Carlos en la playa junto a una hermosa mujer. Doña Flora miraba la escena. Carlos lloraba.

- Es… era Natalia. Era mi mujer. Murió el mismo día en que se hizo la foto. Pero ¿qué es ésto?

- No estoy segura, pero creo que hoy va a suceder algo increíble, incluso para mí –dijo doña Flora. - ¿Cómo murió?

- Se ahogó al caer la tarde. Un descuido fatal -dijo Carlos secándose los ojos.

Doña Flora ya no estaba en la pirámide. Carlos la llamó dos veces. Nada.

De pronto, una silueta de mujer quedó enmarcada en la puerta con el sol detrás llenándolo todo.

- No puede ser –exclamó Carlos- No es real.


Era Natalia, su mujer, tan viva y hermosa como siempre.


Como todo esto es algo inexplicable. Me limitaré a informar al lector de que Carlos y Natalia vivieron en el caserón de Ortega y fueron muy felices, criando a tres preciosos niños.

El pueblo lo consideró un milagro. Y algo así fue. ¿Qué si no?

Allí siguió la pirámide.

De Doña Flora no se supo más.

Kike.
(15 de abril de 2014)

6 comentarios:

  1. ¡Me ha gustado mucho!
    Lucía.

    ResponderEliminar
  2. Bonito relato y bonito proyecto. Felicidades a todos. Esa profesora escribe muy bien y además tiene ilusión y empuje.
    Suerte
    Taicha

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado, me ha mantenido con la intriga hasta el final. Espero siguientes entregas del resto de los miembros del grupo.
    Jarraitu aurrera!.
    Xali

    ResponderEliminar
  4. Es bonito tener ilusión.
    !Todo en marcha!

    ResponderEliminar
  5. Que contentas estamos con nuestro blog!!!
    Ahora a llenarlo de contenido!!!
    Gracias a todos por vuestro apoyo
    Lola

    ResponderEliminar

Nos encantará ponerte nombre, aunque sea un pseudónimo. No firmes como anónimo :)