miércoles, 7 de mayo de 2014

Maripuchi

También Ana, nuestra monitora, escribe:


MARIPUCHI

Cada vez que pasaba por aquella calleja sus ojos volaban hacia el destartalado escaparate, detenía sus pasos durante un instante eterno y suspiraba. Llevaba varias semanas suspirando. No había comentado nada en casa pues sabía que el precio de su deseo no era una bagatela para la maltrecha economía familiar.

Maripuchi no era una niña caprichosa, más bien al contrario, con sus ocho años recién cumplidos aún resonaba en sus oídos la tan traída y llevada retahíla de su abuelo; -“unos nacen con estrellas y otros estrellados “solía repetir. En cierta ocasión preguntó por el significado de la frasecita, recibidas las explicaciones oportunas no hubo más dudas ni preguntas, enseguida comprendió el lugar que ocupaban ella y su familia en la órbita de la vida.

Un sábado de aquel triste mes de marzo supo por el tendero de la tienda de ultramarinos que Doña Engracia estaba buscando a alguien que sacase a pasear a su mascota, la minuta había afirmado la susodicha sería sustanciosa. Al conocer la noticia sintió cierta repulsión, no por el trabajo en cuestión sino por el carácter un tanto avinagrado de la ancianita lo cual pensó Maripuchi estaba marcado por la cruz que le suponía cargar con aquel dichoso nombre .Doña Engracia parecía haber sido engendrada en una noche de tormenta; fea, enjuta y bizca esas eran sus mejores “gracias “por no nombrar las peores. Bueno se dijo Maripuchi nadie elige su nombre, a sabiendas que el suyo era obra de su hermanito pequeño. Un siete de noviembre cualquiera tras asomar la cabeza a este mundo el piojillo como ella le llamaba dulcemente gritó: -“mama a mí en el cole me dicen el último puchi y ella ha llegado la última a casa podemos llamarla Maripuchi”. ¡Qué feliz idea! ¡Qué derroche de imaginación la de mi hermano! pensó. En casa aquello debió de parecerles una idea luminosa pues decidieron nombrarla María Purificación ante Dios y Maripuchi ante los suyos.

Tras estos devaneos existenciales decidió que aquel vestido de preciosos y destelleantes amarillo, azul, blanco y rojo era merecedor del esfuerzo y aceptó el trato. La sorpresa fue mayúscula cuando, tras pasar el umbral de Doña Engracia, comprobó que la mascota en cuestión era un conejo rosa de nombre Cuqui con cara de susto y pelos de estalactitas (como los de la propia Maripuchi) . La tarea no fue tan fácil como había pensado, pues el bicho se negaba un día y otro a salir de paseo. Después de dos intensas semanas y aplicando una clara filosofía infantil dedujo que era debido a que se sentía solo pues no conocía a ningún otro espécimen como él. Maripuchi compró unos pequeños espejos se los cosió a sus polainas y le hizo creer al asustadizo conejo que no era el único bicho raro de la zona (ni de la casa…) Cuqui estaba encantado con la nueva panda de amiguitos que surgían por doquier; perros y conejos rosados como él saltaban y brincaban a su lado por el jardín. Doña Engracia desempolvó su vieja cámara de fotos e inmortalizo la instantánea. Tan pronto como tuvo en sus manos la primera paga, en efecto sustanciosa, corrió a comprar el vestido de sus sueños y pesadillas. Al llegar a la tienda y ver que no estaba en el escaparate el suspiro fue aún mayor que en semanas anteriores. Rápidamente entró y preguntó por él. La dependienta le dijo que una mujer lo había comprado la tarde anterior para su nietecita. Pobre Maripuchi, tanto esfuerzo para nada… Primero pensó que no volvería a su trabajo de paseante de mascotas, después que la señora doña Engracia y su mascota estarían muy tristes, ella también sentía cariño hacia ellos y disfrutaba de su compañía... decidió volver.

El lunes siguiente, un día como otro cualquiera, se transformó en día de fiesta cuando al ir a coger el collar de Cuquí encontró un paquete con un enorme lazo y una hermosa tarjeta: “Esto es para ti porque nos has dado el mejor regalo que podíamos recibir: tu amistad y cariño”. Maripuchi se puso el colorido vestido que hacía juego con sus leotardos a rayas rojas y blancas, se colocó un bonito lazo azul recogiendo sus ensortijados cabellos negros y corrió a abrazar a Doña Engracia.

Algunos días escucho un intenso suspirar e imagino a Maripuchi viendo la foto que le recuerda aquellos hermosos días.





viernes, 2 de mayo de 2014

El teniente cuervo

El teniente Cuervo estaba muy enfadado ya que hacía dos meses que había visto un ratón dentro de la compañía y no era capaz de capturarlo. Por muchas trampas que ponía no lograba atraparlo y es que era el ratón del antifaz, el jefe de la cuadrilla. Se llamaba Jerry y era muy listo. Siempre se las ingeniaba para engañarle. 

Un día, el teniente decidió pillarle desprevenido: montó una trampa y le puso como señuelo un trozo de queso. Pero Jerry era tan inteligente que intuyó lo que tramaba el teniente Cuervo. Se puso de acuerdo con sus amigos y decidieron volverle más loco de lo que estaba. 

El teniente Cuervo puso veneno en todo el cuartel para intentar atrapar a Jerry y sus amigos. Pero ellos rompieron todas las bolsas de veneno y desparramaron el contenido. Decidieron jugarle una mala pasada y llenaron el suelo de pegamento. Cuando el teniente entró, resbaló con el veneno y se quedó pegado en el suelo. Ya no podía despegarse. Se había dado cuenta de que el cazado había sido él. Llamó a gritos a sus soldados para que vinieran a ayudarle y, cuando tras gran esfuerzo consiguieron despegarle del suelo, se dio cuenta de que no podía hacer nada contra Jerry, el ratón del antifaz.

Julen